Cuando nos deja un ser querido, ya sea miembro de nuestra familia, amistad o conocido, se nos hace más presente que la muerte está ahí y que tenemos que estar preparados para ello. Ya no por las circunstancias de la misma que pueden ser trágicas, esperadas por no tener solución o inesperadas por ser repentinas. El caso es que llegado el momento, asumimos esa realidad con más o menos apoyo. Pero qué pasa cuando se trata de la pérdida de una mascota? es igual de doloroso? hacemos duelo? qué hacemos entonces?
En la actualidad vivimos un periodo de desenfreno tecnológico, de cobertura amplia de redes sociales y conexión con el mundo de forma digital, de búsqueda de éxitos, de alcanzar objetivos, de independencia intelectual. Nos faltan horas para socializar. Está en auge la consideración de que hay personas solteras, solventes y con capacidad económica que no tienen a nadie con quién compartir su vida íntima. Por supuesto las separaciones de matrimonios con hijos o sin ellos, o bien las familias que persisten y perduran con el núcleo familiar, en cualquier condición, adoptar una mascota es una decisión responsable. En mayor o menor grado, la integración en nuestra vida de un animal doméstico establece una unión sentimental en ocasiones exactamente igual que la relación entre integrantes de una misma familia. La gradación de ello depende de la importancia que para nosotros tiene la convivencia con el animal.
Desde luego, el caso específico de alimentadores o cuidadores de colonias de gatos, que día a día mantienen un estrecho encuentro con los animales puede ser considerado un enlace emocional importante debido a la delicada situación de lo que supone malvivir en las calles. Recoger el cadáver del suelo de un gato que has alimentado, que te has preocupado por él y que sabes que nadie más lo hizo pasando desapercibido a ojos de los demás, terminando aplastado, envenenado, atropellado, atacado o con una enfermedad grave, pues en fin, emocionalmente es un shock. Tenemos la sangre fría de actuar de inmediato con el cuerpo inerte. Por nuestra legislación está prohibido enterrar y se ha de incinerar, aunque la mayoría de municipios por ahorrar decide lanzar al contenedor de la basura. Con lo cuál, todavía quedan unas horas de permanecer con el cuerpo metido en una bolsa de plástico bien en un refrigerador, en una terraza o en un vehículo hasta poderse llevar al veterinario más cercano. Se crea un cruce de sentimientos contradictorios, de mantener firmeza ante los hechos y de derrumbarte al mismo tiempo de la misma impotencia, de mirar por los que te quedan con vida y de llorar por el que has recogido muerto. Es sano, necesitas llorar para dejarlo marchar, para poder recordar sus mejores momentos contigo. Es mejor no hacerse mala sangre del por qué somos como somos, del por qué no respetamos velocidades, por qué no somos más precavidos con nuestro entorno, por qué no respetamos la vida... El ser humano es destructible y siempre lo ha sido, exterminándose entre sí y a todo lo que le rodea, eso no va a cambiar, va en nuestra condición de ser racional, piensas para hacer el bien y para hacer el mal.. Mantener firmeza para seguir luchando por sacar adelante al resto, recordar los que se han ido y no guardarse ningún sentimiento, ningún dolor, psicológicamente es sano exteriorizarlo todo, estabilizar nuestro interior ayudará a fortalecer la entereza..
Las depresiones por la pérdida de una mascota son comunes, al igual que entre los propios animales que compartieron juegos con el que se nos ha ido. Mucho amor, cariño, caricias que les asegure que cuidaremos de ellos, que estamos ahí para protegerles, respetaremos el duelo para recuperarnos y con el tiempo quizá adoptar de nuevo, pero no con la idea de sustituir, sino de complementar. Cada animal tiene su propio carácter, irrepetible. Siempre nos va a quedar el consuelo de haberle dado lo mejor, de haberle hecho feliz y de quererlo con respeto..
Nunca calles una verdad, porque el silencio hace que la vida sea una mentira..
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