Parece que fue ayer cuando el mundo felino no me interesaba para nada, cuando miraba a las personas que alimentan a gatos en la calle como gente desquiciada, parece que fue ayer en que la visita a la casa de amistades que tenían gatos me resultaba incómoda por los olores, el pelo que sueltan, el que se suban aquí y allá. El pensamiento propio sumado a la opinión de la gran mayoría sobre el carácter de poco fiar de los gatos tampoco ayudaba... Todo cambia..
Decidí hacer un viaje hacia otra cultura, el camino musulmán pero visto desde un aspecto más occidentalizado. Marruecos fue para mi el entresijo de la pura necesidad de conformarte con lo que tienes y ser feliz. Allá no vi ningún perro.. sólo gatos. Deambulaban por todas partes, en situaciones lamentables de salud y de falta de alimento. Un gran amigo marroquí me guiaba por mi semana turística, pero chocante era que él estaba en Barcelona, en mi ciudad, y yo en la suya, de visita. Rachid, junto a su hijo, acababa de recoger un gatito de dos meses de un contenedor, malnutrido, enfermo y con un par de costillas rotas. El niño lo cogió en brazos y le preguntaba al padre si se pondría bien. Lo llevaron a una protectora y pagaron los gastos de veterinaria. Con el paso de los días y sus continuas visitas al animal, al final lo adoptaron.
Eso me dio que pensar..
Si la inocencia de un niño es capaz de ver todo lo que nosotros no vemos, es que algo no está funcionando.
Por mi situación personal, no era viable tener perro, porque no quería dejarlo solo en casa mientras yo estaba en el trabajo. Decidí seguir el camino de mi amigo, pese a que él me aconsejó de pensarlo bien, con responsabilidad, antes de tomar una mala decisión. Adopté a un gatito siamés, se llama Rachid. Mucha incertidumbre, miedo, la falta de costumbre... todo se disipó con la llegada de Rachid, mi gato siamés. Juntos durante mis vacaciones de verano y separados por unas horas de vuelta a la normalidad laboral terminó por decidirme en dar compañía al gatito. Y llegó Aicha, una gatita siamesa.. Esa fue la necesidad de encontrarme conmigo mismo y con el mundo animal. El problema de las adopciones es que en ocasiones desconoces de dónde vienen y en qué situación se encontraban. La situación de pandemia en sus comienzos, la alarma social y el confinamiento no permitía en muchos casos alimentar a las colonias de gatos. Y conocí a Lola, una gata de 13 años, que pedía comida en la puerta del supermercado. Aquello fue doloroso, mucho, ver como nadie le hacía caso mientras ella maullaba. La conquisté dejándole comida durante varias semanas... y me la quedé..
Fue el detonante. No comprendía por qué había gatos en las calles, en nuestras calles, y nadie les prestaba atención. La inquietud hizo que conociera a más personas que se encargaban de la alimentación de determinadas colonias del pueblo. Nos juntamos y decidimos luchar por su mejor situación, esterilizar, alimentar y curar dentro de nuestras posibilidades. Soy casa de acogida y buscamos adopciones responsables.
Es imperdonable que haya tardado tanto tiempo en darme cuenta de que las experiencias hay que vivirlas y no esperar a que te las cuenten, de que la magnitud de los problemas es muy grande en la mentalidad humana cuando se tratan de forma impersonal, desde la distancia, sin tocar la realidad cada día que pasa con tus propias manos. Me arrepiento cada día de no poder hacer más, de entender que la sociedad en la que vivimos hace una valoración sobre los hechos insensiblemente. Quizá la etapa de la vida en la que me encuentro sea de plena madurez, tanto física como espiritual..
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