miércoles, 12 de mayo de 2021

La memoria de mis gatos


Es un misterio... los gatos tienen memoria selectiva. Aportan a su capacidad de retención para largo periodo las experiencias que consideran importantes para ellos. Sin embargo, todo aquello que no consideran relevante.. desaparece. Los beneficios de ser casa de acogida aparte de la compañía y del cariño que te transmiten es el de la experimentación con ellos y entre ellos. Son animales inteligentes, mucho más que los perros.. sus 300 millones de neuronas frente a los 160 millones de los perros lo atestiguan. Reconocen los puntos de comida, lugares en los que hacer sus necesidades, si se pierden pueden orientarse y volver a su colonia o a su hogar, son capaces de desarrollar numerosos juegos de inteligencia... pero por lo que a mí respecta, me preocupaba el apartado que implica "reconocimiento familiar". Dicen que cuando retienen información que no es interesante para ellos, dura unas 16 horas. Pues bien, desconozco el lugar que pueden ocupar en su recuerdo el resto de los integrantes de una colonia siendo familia, pero es bastante curioso. Está claro que el funcionamiento felino frente a todo es el olfato.

 Aproximadamente, cuando a una mamá se le van retirando los cachorros para dar en adopción y al final sólo queda ella, los siguientes diez días son duros, muy duros. En esos días, ella los llama. Hasta que deja de hacerlo. No creo que los olvide, pero da por hecho que ya no estarán. 

Lila, es una gata de dos años, callejera. Mantenía las distancias conmigo, hasta que la capturé para esterilizar y la devolví a la calle. Todo cambió. Se acercaba más, se tiraba por el suelo y daba vueltas, se rozaba. Finalmente, aparecía con su cachorro, Jaguet, de 4 meses en aquel entonces. Se podría decir que me lo presentó. Estaba completamente resfriado, estornudaba y no respiraba bien. Decidí acogerlo. Al llegar a casa fue duro para él. Llamaba a su mamá. Así estuvo una semana. Cuando se recuperó del todo, desparasitado y limpio, cogí a su madre. Lila tardó más tiempo en adaptarse a casa. Incluso estuve a punto de devolverla a la calle (agradezco cada día que paso con ella no haberlo hecho). 15 días duros de asomarse por las noches a los ventanales y maullar, pese a tener a su pequeño a su lado. Ese encuentro no fue agradable. Daba la sensación que no lo reconocía porque no le hacía ni caso. En cambio el pequeño quería un roce con su mami que no llegaba. La reconciliación mutua llegó al superar ella el período de adaptación. Están juntos en casa y Lila lame al pequeño en muchas ocasiones, duermen juntos y se esconden juntos. Lila está integrada conmigo, siempre busca mis roces y mis caricias y me llama. Se acuesta encima mía. Pasó un infierno, debido a parásitos intestinales que le producían diarreas continuas. Está perfecta ahora y es muy buena; jamás pensé que una gata callejera llegara a querer tanto a un ser humano consiguiendo salvarse ella y salvar a su pequeño de una vida sin futuro agradable.

Lola, qué decir, es mayor, unos 16 años, gata atigrada que decidí adoptar con la llegada de la pandemia porque nadie alimentaba. Tras varias caricias y comida diaria, la capturé. Extraño de tantos años y no tener ninguna enfermedad. Se adaptó muy rápido. Necesita su espacio, no da ningún problema. A los nueve meses de estar conmigo, los vecinos me dicen que tiene una hija que siempre iba con ella por la calle, de unos siete años de edad (también sabe lo que es tener crías y quedarse sin ninguna). Comencé a establecer contacto con la hija, Lolita. Al final, al año justo, la capturé. Pero Lolita no reconoce a la madre para nada, se está adaptando muy lentamente. Lola no la reconoce para nada. Ha pasado un año desde que dejaron de verse y ahora juntas son dos desconocidas. Quizá necesiten tiempo.



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